De la ciudad tradicional a la inteligente

Julio 4, 2019.

Por Flavio Vila, Asociado de Investigación

"Al tomar decisiones basadas en datos, las municipalidades pueden responder de manera más acertada a las necesidades reales de la población."

Al preguntar “¿Qué entendemos por ciudad inteligente?”, probablemente la mayor cantidad de veces la respuesta sea “una ciudad con avances tecnológicos” y, aunque esta definición no está del todo incorrecta, queda bastante incompleta. Pensarán, además, “¿Por qué deberíamos conocer qué es una ciudad inteligente?” y es que es desde los ciudadanos que nace su definición.


Una Smart City (en inglés) puede ser definida como un espacio urbano que aplica las Tecnologías de Información y Comunicaciones (TIC) como un medio para mejorar la calidad de vida de sus habitantes.



Partiendo de esto, son nuestras necesidades la razón por la cual una ciudad se vuelve inteligente, siendo las TIC un método, más no un objetivo. Tomémonos un segundo, entonces, para imaginarnos una “ciudad que siente,” una ciudad comprensiva con sus ciudadanos que recolecta información desde distintas infraestructuras para ofrecer soluciones orientadas a nuestro bienestar. Al entender la ciudad como un gran sistema holístico en el que todas sus capas están interrelacionadas, el modelo de ciudad inteligente no solo tiene incidencia en el espacio físico urbano, sino también en su operatividad, la participación ciudadana y la gestión pública.


"El modelo de ciudad inteligente no solo tiene incidencia en el espacio físico urbano, sino también en su operatividad, la participación ciudadana y la gestión pública."


Existen muchas iniciativas “inteligentes” para ciudades, pero algunos ejemplos simples son los siguientes: una plataforma digital donde podamos presentar nuestras recomendaciones sobre distintos temas urbanos, un sensor de humedad que nos indique en que momento exacto debemos regar un jardín para evitar el gasto de agua innecesario o un aplicativo móvil que nos muestre en qué lugar específico de la ciudad se encuentra el bus que queremos abordar.



En un caso más acotado imaginemos un poste de alumbrado público con sensores de movimiento que solo se enciende cuando las personas se acercan. Este poste no solo ahorra energía, sino que también puede medir cuantas personas pasan por esa calle en un día. Ahora imaginemos que estos “postes sensibles” se encuentran por toda la ciudad; podríamos entonces medir las vías donde hay más flujo peatonal y luego usar estos datos para tomar distintas decisiones como el ancho de veredas, la presencia policial, la planificación de nuevas zonas comerciales, etc. Esta cantidad enorme de información recolectada la conocemos como Macrodata (Big Data), mientras que la interconexión de estos sensores se denomina Internet de las Cosas (Internet of Things).


Al tomar decisiones basadas en datos, las municipalidades pueden responder de manera más acertada a las necesidades reales de la población. A largo plazo, la inversión inicial en estos sensores, software, hardware e infraestructuras será recuperada mediante economías de escala. En el ejemplo anterior sobre el poste de alumbrado, el ahorro económico es proporcional al energético sin mencionar la ventaja que esto representa para el medio ambiente y los objetivos de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas.


"Al tomar decisiones basadas en datos, las municipalidades pueden responder de manera más acertada a las necesidades reales de la población."


Según William Mitchell, quien fue en vida decano de la Escuela de Arquitectura y Planificación del Massachussets Institute of Technology, hay una red creciente de conexiones directas a los sistemas de edificios, aparatos domésticos, maquinarias de producción, sistemas de transporte, redes de energía, agua o residuos y sistemas para casi cualquier actividad humana imaginable. Si las aplicaciones y softwares como Google o Facebook se han vuelto de vital importancia para el desarrollo de nuestra vida intelectual diaria, ¿No podrían serlo también para nuestras ciudades?

Créditos de imagen de portada: ScienceSoft  


Al preguntar “¿Qué entendemos por ciudad inteligente?”, probablemente la mayor cantidad de veces la respuesta sea “una ciudad con avances tecnológicos” y, aunque esta definición no está del todo incorrecta, queda bastante incompleta. Pensarán, además, “¿Por qué deberíamos conocer qué es una ciudad inteligente?” y es que es desde los ciudadanos que nace su definición.


Una Smart City (en inglés) puede ser definida como un espacio urbano que aplica las Tecnologías de Información y Comunicaciones (TIC) como un medio para mejorar la calidad de vida de sus habitantes.



Partiendo de esto, son nuestras necesidades la razón por la cual una ciudad se vuelve inteligente, siendo las TIC un método, más no un objetivo. Tomémonos un segundo, entonces, para imaginarnos una “ciudad que siente,” una ciudad comprensiva con sus ciudadanos que recolecta información desde distintas infraestructuras para ofrecer soluciones orientadas a nuestro bienestar. Al entender la ciudad como un gran sistema holístico en el que todas sus capas están interrelacionadas, el modelo de ciudad inteligente no solo tiene incidencia en el espacio físico urbano, sino también en su operatividad, la participación ciudadana y la gestión pública.


"El modelo de ciudad inteligente no solo tiene incidencia en el espacio físico urbano, sino también en su operatividad, la participación ciudadana y la gestión pública."


Existen muchas iniciativas “inteligentes” para ciudades, pero algunos ejemplos simples son los siguientes: una plataforma digital donde podamos presentar nuestras recomendaciones sobre distintos temas urbanos, un sensor de humedad que nos indique en que momento exacto debemos regar un jardín para evitar el gasto de agua innecesario o un aplicativo móvil que nos muestre en qué lugar específico de la ciudad se encuentra el bus que queremos abordar.



En un caso más acotado imaginemos un poste de alumbrado público con sensores de movimiento que solo se enciende cuando las personas se acercan. Este poste no solo ahorra energía, sino que también puede medir cuantas personas pasan por esa calle en un día. Ahora imaginemos que estos “postes sensibles” se encuentran por toda la ciudad; podríamos entonces medir las vías donde hay más flujo peatonal y luego usar estos datos para tomar distintas decisiones como el ancho de veredas, la presencia policial, la planificación de nuevas zonas comerciales, etc. Esta cantidad enorme de información recolectada la conocemos como Macrodata (Big Data), mientras que la interconexión de estos sensores se denomina Internet de las Cosas (Internet of Things).


Al tomar decisiones basadas en datos, las municipalidades pueden responder de manera más acertada a las necesidades reales de la población. A largo plazo, la inversión inicial en estos sensores, software, hardware e infraestructuras será recuperada mediante economías de escala. En el ejemplo anterior sobre el poste de alumbrado, el ahorro económico es proporcional al energético sin mencionar la ventaja que esto representa para el medio ambiente y los objetivos de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas.


"Al tomar decisiones basadas en datos, las municipalidades pueden responder de manera más acertada a las necesidades reales de la población."


Según William Mitchell, quien fue en vida decano de la Escuela de Arquitectura y Planificación del Massachussets Institute of Technology, hay una red creciente de conexiones directas a los sistemas de edificios, aparatos domésticos, maquinarias de producción, sistemas de transporte, redes de energía, agua o residuos y sistemas para casi cualquier actividad humana imaginable. Si las aplicaciones y softwares como Google o Facebook se han vuelto de vital importancia para el desarrollo de nuestra vida intelectual diaria, ¿No podrían serlo también para nuestras ciudades?

Créditos de imagen de portada: ScienceSoft  


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